martes, 14 de julio de 2009

The end of the pillow

El Domingo, 21 de junio de 2009 a las 11:01

El viernes una de las chicas de la recepción llamó a mi habitación, acompañada de una de las mujeres que arreglan los apartamentos. Después de una buen rato de conversión para besugos, deducí que me preguntaba que había ocurrido con las fundas de las almohadas de una de las camas (son dos). Acertó a decirme que la mujer que la acompañaba no las había encontrado y a estas alturas de hartura y mosqueo lo único que gruñí fue un "no es mi problema". Se fue como había venido, no sin dejarme pensando que iba a tener tangana. Los conozco como si los hubiera parido.

Al día siguiente, sábado, a la vuelta de mis fructíferas compras, la encargada que en su día me ayudó, Nana, atacó con la misma retahíla y recibió la misma negativa. No way. No entendía como, después de lo ocurrido, podían acusarme e intentar cargar a mi cuenta dos putas fundas horribles y floreadas. Que ridiculez.

-¿Para qué quiero yo esas fundas?-espeté a Nana-¿Para mi casa?¿PARA QUÉ?¿P-A-R-A-Q-U-É?

Volviéndome mal pensada a más no poder, no pude evitar dilucidar, mientras volvía enfurruñada al apartamento, que la occidental y amigable ayuda que recibí de Nana el día aquel, fue mucho más interesada de lo que yo suponía. Ahora lo veía claro. Me acompañó a comisaría solo por el simple hecho de asegurarse de que no ponía al hotel en mal lugar. Ni más ni menos. En cuanto a las puñeteras fundas de almohadas, a este tipo de actos Ángel y yo lo llamamos Chinese way, la culpa siempre es de otro y si además es laowei*, con más razón. Es el pan de cada día cuando trabajo en las fábricas. Sus infantiles excusas llegan a grados insospechados, si hablas con el trabajador, es que el encargado no le ofrece ayuda; si lo haces con el encargado te dirá que la culpa es del jefe y una vez estas en el último eslabón, te explica que la culpa es nuestra por hacer diseños tan complicados. Dios...¿es que Confucio no enseñó nada a esta gente?

Hoy domingo, totalmente decidida, hice las maletas. No quería más vuelos rasantes de mosquitos sobre mis oídos, ni más acusaciones, ni más olor pestilente en el comedor durante el desayuno, ni volver a soportar la mugre acumulada día tras día sobre la mesa de la sala. Quizá mi amiga Raquel tiene razón y una vida bohemia como perroflauta o de estilo hippie es la antítesis de lo que soy en realidad, y que mi idea de dejarlo todo e irme de misionera a una tribu perdida de la mano de Dios es lo más descabellado que puedo hacer. Sus palabras exactas fueron: -¿A una tribu?¿A cuál?¿A la tribu de los tacones?-. No puedo engañarme, todo eso no va conmigo, soy una pija empedernida.

De modo que después de discutir otro poco más en la recepción (menos de lo que creía, lo reconozco) a causa de las fundas, hice el check-out y tomé un taxi con todos mis bártulos, que eran muchos, para dirigirme al Garden hotel, un 5 estrellas maravilloso en el que ya había estado anteriormente. Ooooooh...que placer....hasta el botones de la puerta habla perfectamente inglés, ¡casi me agacho a besar el suelo! Montones de extranjeros zumbaban de un lado a otro mientras el botones anotaba la matrícula del taxi por si acaso había olvidado algo en él y yo no podía sentirme más feliz. Reservé la habitación ejecutivo con una recepcionista sonriente y disciplinada. Y había olvidado que en este hotel tienen un empleado para que no te rompas la uña pulsando el botón del ascensor. ¡Me sentía embriagada con tanto agasajo!

Más relajada y dejando atrás el lujo y la complacencia, me dirigí hacia el funicular y así encaramarme a Baiyun mountain, quería olvidarme del pasado sudándolo por todos los poros de mi piel. Y dicho y hecho. Un sol de justicia me machacaba en mi ascensión cuando me bajé del funicular. 40º C y un 90% de humedad mojaron mi cuerpo cuando solo había avanzado 500 metros. Me había imaginado otra cosa, esperaba algo así como Artxanda**, con lugares para tirarte a la bartola y no hacer nada. Pero lo que me encontré fue un parque inmenso con carteles para que no pises el césped y carreteras asfaltadas por donde podría pasar hasta un trolebus. Según ascendía la cosa cambiaba y las carreteras se convirtieron en estrechas y empinadas escalinatas donde apenas entraban mis pies. El rugido de los insectos se intensificaba sitiendome un poco aprensiva y un zumbido fortísimo pasó junto a mí. Cerré los ojos asqueada, pensando que aquel moscardón debía pesar media tonelada. Pero cuando los abrí vislumbré un pico y unos ojillos ¡era un colibrí! Mariposas hermosamente coloreadas y del tamaño de mi puño reboloteaban con gracia a mi alrededor y me acompañaban en todo momento. Me senté en un banco con mi libro dejando que la fresca brisa curase las heridas de tan mala racha. Esto ya era otra cosa. Esta soy yo.

Para rematar la jugada y después de dejar los dedos marcados en el asiento del funicular (Jesús, vaya altura...) llené la bañera de mi habitación de agua templada y sales aromáticas. Me deslicé a su interior sintiéndome como una niña aún en la tripa de su madre. Armada con cigarrillos, cenicero y un buen libro, el poco mal humor que me restaba se evaporó poco a poco hasta convertirse en nada.

laowei*: Extranjero en chino.
Artxanda**: Monte cercano a Bilbao.

Imágenes: Solostocks

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